ESTAMPAS DE CAÑETE

Alfonso Concha Acuña

FERNANDO VIVEROS SAGARDÍA

Chico de porte, pero grande de alma y corazón de radical, ha batallado con la vida a brazo partido. Estuvo empleado en la Caja de Ahorros, y después se dedicó a pequeño industrial.
Tenaz y tozudo radical, enroscado, como diría Julio Sánchez, le discute hasta los gigantes. Es un mosquito que da mucho que hacer en las asambleas; pero siempre mirando, según su criterio, el bien del Partido Radical. Las “revolvió” mucho con la Juventud Radical y no se resolvía a abandonar sus filas, a pesar de la edad...
Tenía amor sincero y grande a esta agrupación; a pesar que Mario Lavín, Gustavo Seguel y otros, trataban de convencerlo que estaba en un error, muchas veces él, con su voz como de ultratumba, pitando su cigarrillo y con sus bigotes más grandes que su estatura, discute y argulle varias tesis que él cree buenas. Es la voz de alarma y de intransigencia en la asamblea; cuando yo fui Presidente de la Asamblea Radical, allá por 1948, me tupía a dimes y diretes; discutidor empedernido y gran conversador cuando encuentra auditorio dispuesto, bien capacito es de trasnochar; pero no bebe sino en rarísimas ocasiones, así como su hermano Octavio. Eterno descontento en la asamblea, quiere que las cosas se desarrollen conforme a un ideal que a él se le ha puesto en su cabeza de hirsutos caballeros...
Es sincero, cordial y empeñoso. Enamorado como él solo. Bueno, esto no es de extrañar, porque parece que es algo “Sui generis” de los 13.000 Viveros que yo conozco...
Fernandito, como le dicen sus íntimos, es trabajador empecinado en política y el Partido le debe muchos sacrificios.
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