Nadie recuerda exactamente cuándo fue la última vez que lo vimos, pero lo cierto es que ya no está. Se esfumó entre titulares absurdos, normativas contradictorias y discusiones donde el grito pesa más que la razón.
Durante años fue ese aliado silencioso que ayudaba a discernir lo justo de lo exagerado, lo correcto de lo conveniente. No era perfecto, pero solía aparecer justo a tiempo para evitar desastres innecesarios. Hoy, en cambio, reina el ruido, la urgencia de tener la razón y la costumbre de culpar al resto.
Dicen que se cansó. Que no soportó ver cómo la coherencia fue sustituida por la moda de opinar sin pensar, cómo educar se volvió ofensivo y cómo cuestionar se confunde con atacar. Que sintió que ya nadie quería hacerse cargo de nada.
Tal vez no murió del todo. Tal vez se fue a descansar, hastiado de no ser escuchado. Algunos juran haberlo visto en personas anónimas: en quien cede el asiento sin mirar a quién, en quien educa con firmeza pero sin gritar, en quien pide disculpas sin excusas.
No sabemos dónde está, pero sí sabemos que lo necesitamos. Quizás, si lo nombramos menos y lo practicamos más, vuelva a aparecer. Algunos creen que murió. Otros dicen que ya ni se le espera. Pero… ¿y si vuelve?
Nadie recuerda exactamente cuándo fue la última vez que lo vimos, pero lo cierto es que ya no está. Se esfumó entre titulares absurdos, normativas contradictorias y discusiones donde el grito pesa más que la razón.
Durante años fue ese aliado silencioso que ayudaba a discernir lo justo de lo exagerado, lo correcto de lo conveniente. No era perfecto, pero solía aparecer justo a tiempo para evitar desastres innecesarios. Hoy, en cambio, reina el ruido, la urgencia de tener la razón y la costumbre de culpar al resto.
Dicen que se cansó. Que no soportó ver cómo la coherencia fue sustituida por la moda de opinar sin pensar, cómo educar se volvió ofensivo y cómo cuestionar se confunde con atacar. Que sintió que ya nadie quería hacerse cargo de nada.
Tal vez no murió del todo. Tal vez se fue a descansar, hastiado de no ser escuchado. Algunos juran haberlo visto en personas anónimas: en quien cede el asiento sin mirar a quién, en quien educa con firmeza pero sin gritar, en quien pide disculpas sin excusas.
No sabemos dónde está, pero sí sabemos que lo necesitamos. Quizás, si lo nombramos menos y lo practicamos más, vuelva a aparecer. Sentido común: donde quiera que estés, vuelve, pero no como un héroe, sino como lo de siempre, una brújula orientadora que evita perdernos en lo absurdo.
GV