Una calurosa tarde, una familia está jugando al dominó a la sombra de un pórtico. De pronto, el suegro propone hacer un viaje a Abilene, poblado situado a unos 80 kms. de allí.
Ante la propuesta, todos acceden y se disponen a viajar.
El viaje resulta ser caluroso, polvoriento y largo, por lo que vuelven agotados después de cuatro horas.
A la vuelta, uno de ellos, irónicamente, dice: “Fue un gran viaje, ¿no?”. La suegra responde que, de hecho, hubiera preferido quedarse en casa, pero decidió seguirlos sólo porque los demás estaban muy entusiasmados. El marido dice “Yo sólo fui para satisfacerlos a ustedes”. La esposa agrega: “Sólo fui para que estuviesen felices. Tendría que estar loca para desear salir con el calor que hace”. Finalmente, el suegro confiesa que lo había sugerido únicamente porque le pareció que los demás podrían estar aburridos.
En el fondo, cada cual hubiera preferido estar sentado cómodamente, pero no lo admitieron entonces, cuando todavía tenían tiempo para disfrutar de la tarde.”
Aunque esta historia, conocida como “La paradoja de Abilene” es muy utilizada para explicar procesos organizacionales, la verdad es que se aplica muy claramente a la vida cotidiana de muchas familias en tiempo de vacaciones.
En general, tenemos una marcada y natural tendencia a imponer a los demás, implícita o explícitamente, NUESTRA forma de ocupar el tiempo libre, como si tuviéramos la verdad acerca de lo que es “mejor” para descansar. Craso error. Cada uno de nosotros posee una particular forma de divertirse, la que tiene que ver con nuestra personalidad, nuestros intereses, nuestro nivel de energía, entre otras cosas.
Así, hay múltiples formas de ser felices y disfrutar las vacaciones. Para algunos, lo ideal es salir a la playa. Para otros, lo mejor es quedarse en casa y jardinear. Hay quienes prefieren leer un libro, hacer manualidades, andar en bicicleta y jugar en el computador o ver televisión. Algunos prefieren levantarse temprano y aprovechar la mañana, mientras otros optan por dormir hasta el mediodía.
Nada peor que tratar de obligar a los demás a seguir nuestras elecciones, o sobreadaptarse tratando de hacer lo que los demás quieren, o peor aún, como ocurre en el cuento, hacer lo que creemos que “se debe hacer en vacaciones”.
Si realmente queremos descansar, tenemos que elegir lo que queremos hacer para ser felices. Y obviamente, dejar que los otros también decidan. La clave está en el respeto a la diversidad. En otras palabras, vivir y dejar vivir.