HuellasDigitales abre una nueva sección, invitándote a descubrir el pensamiento sensible y profundo de Paula Bass Martínez.
A modo de bienvenida, compartimos una síntesis inspirada en el espíritu, la sensibilidad y la profundidad que caracterizan su pensamiento. No pretende suplantar sus palabras, sino tender un puente hacia ellas, invitando al lector a recorrer el camino que su obra ilumina con sabiduría y humanidad.
⎯⎯⎯ Inicio de Reflexión ⎯⎯⎯
Esta vez... ¡NO! No permitiremos que la costumbre apague nuestra curiosidad, ni que el miedo nos cierre puertas. Porque sólo abiertos a lo nuevo podemos descubrir que aprender no es acumular, sino para no olvidar quiénes somos en esencia.
Bienvenidos a casa, a ese hogar interno que no tiene paredes ni llaves, donde cada día nos invita a aprender de la vida: la vida real, no la decorada de manuales. Y en esta casa, todo está en elegir el color con que pintaremos nuestros días: la esperanza, la compasión, la valentía.
Construir un sano equilibrio entre dar y recibir, entre actuar y esperar, entre hablar y guardar silencio, requiere honrar nuestras diferencias, incluyendo la introversión, esa sabia maestra que nos enseña a habitar nuestro mundo interior.
Como buenos viajeros del alma, debemos rodearnos de libros fundamentales, no sólo de papel, sino libros vivientes: personas, historias, momentos que nos enseñan a trabajar menos para vivir más... no en ocio vacío, sino en presencia auténtica.
Para saber y contar lo que importa, hay que aprender a escuchar. Porque la sabiduría no llega sólo por acumular experiencias, sino por procesarlas con el corazón abierto a lo nuevo (sí, otra vez, porque el viaje nunca termina).
Nada grande se construye sin creer en uno mismo, sin tender puentes invisibles de empatía inter-especies, porque nuestra pertenencia a este mundo no es sólo humana. El sentido de pertenencia nos recuerda que no estamos aislados, que el bienestar de otros seres también importa.
A veces, necesitamos el hibiki, esa vibración profunda que conecta corazón con corazón, o cuidar nuestro pasto interior, ese verde metafórico que solamente crece si lo regamos con ternura.
Soñamos con un mundo amable, donde el sabelotodo se transforme en el humilde aprendiz de cada instante, y donde no persigamos la paz perfecta como si fuera un trofeo, sino como un estado natural del ser.
De los pequeños peligros de la vida cotidiana (de listeria y de otras listerias del alma), aprendemos a reconocer las tristezas otoñales como necesarias estaciones del espíritu, no como fracasos.
Antes de mirar la paja en el ojo ajeno, conviene encender la linterna dentro nuestro. Así como cultivamos pequeños rituales que nos sanan, necesitamos reconocer las neuronas espejo que nos unen invisiblemente a todos.
¿Queremos criar niños alfa o niños felices? Esa cuestión de óptica definirá el futuro que sembramos hoy.
Somos, en el fondo, seres espirituales, visitando la materia. Y como animales en libertad, llevamos dentro la nostalgia de un vuelo que no siempre recordamos.
La sabiduría está almacenada en la memoria del cuerpo: en una caricia, en un suspiro, en una lágrima contenida. Cada instante nos ofrece la posibilidad de celebrar un gran año 2009 o el día que sea, si tomamos el camino de la sabiduría: mirar profundo, amar profundo, vivir profundo.
Aunque a veces vayamos tras la utopía, o nos comportemos como electrones libres movidos por impulsos incontrolables, cada uno de nosotros tiene la posibilidad real de vivir como queremos.
Y siempre, siempre, primero: primum non nocere. Primero, no hacer daño. Ni a otros, ni a uno mismo.
Cuando la ansiedad aprieta, cuando la tristeza confunde, podemos recordar: fumo... luego existo, decía la ironía de alguna época. Hoy preferimos: siento... luego existo.
Gracias a las mujeres sabias, a los maestros invisibles, a las almas anónimas que nos susurran verdades. Recordamos también a aquellos que sufrieron una angustiada infancia, o fueron pequeños grandes incomprendidos, porque su diferencia era su tesoro aún no descubierto.
Acercar la espiritualidad no es cuestión de altares, sino de actos sencillos. No hace falta arreglar el mundo entero: basta con poner amor donde estamos.
Dejar que fluyan las emociones que fluyen, sin miedo a ser vulnerables. Mirar la vida como un álbum de retratos en sepia, donde cada cicatriz cuenta una historia valiosa.
Confiar en los mecanismos autocurativos de nuestro cuerpo y nuestra alma, sabiendo que algunos los que no crecen en apariencia son los que más evolucionan por dentro.
Apreciar momentos felices sin exigir perfección. Detectar y neutralizar los pensamientos invasores que siembran dudas innecesarias.
Y sobre todo, buscar en el lugar correcto: dentro de nosotros, donde habla la voz interior.
Te invitamos a recorrer este camino, a tu ritmo, con la luz encendida en el corazón.
GVT/gvt