Sin duda alguna, la felicidad es el objetivo último del ser humano. La mayoría de las corrientes filosóficas coinciden en ello; sin embargo, a menudo lo olvidamos y ponemos otros intereses, con frecuencia económicos y laborales, por sobre la felicidad.
Lo peor de todo es que, en este errante caminar, transmitimos esta confusión a los niños, por lo que las nuevas generaciones crecen con valores trastocados desde la más tierna infancia.
En la práctica clínica vemos, con horror, cómo aumentan las consultas de niños estresados, deprimidos y angustiados por el rendimiento escolar. Es que a los niños de nuestra era les ha tocado vivir un mundo de competencia donde hasta para entrar a Kinder tienen que rendir examen.
La cadena causal es esperable: El colegio exige, la familia exige, el niño se estresa, el niño se enferma. Como no puede tolerar la carga de estudio y la angustia frente a una mala nota, desarrolla cuadros psicosomáticos, cefaleas, colon irritable, obsesiones y compulsiones.
Aprende tempranamente que una mala calificación se asocia a la palabra “fracaso”, con lo que su autoestima disminuye significativamente.
Subyace al mal rendimiento la idea de ser inferior a los otros, de no ser suficientemente inteligente, y lo que es peor, de no cumplir con lo que sus padres y los otros adultos importantes en su vida, esperan de él.
Recuerdo a un pequeño paciente que, cuando se sacaba una buena nota, su padre, en vez de felicitarlo, le preguntaba: “¿Y qué nota se sacaron los demás?”
Este paradigma produce niños que van por la vida asustados, presionados, y en muchos casos, con una tremenda dificultad para disfrutar la vida.
Frente a ello, no queda más que cuestionarse el verdadero sentido de la educación y más aún, la dirección que, como sociedad, queremos darle a nuestra existencia.
Lograr niños con buenas notas, hoy objetivo final en muchos colegios, no es sinónimo de formar adultos felices. Si un niño aprende que lo único importante en la vida es sobresalir, lo más probable es que, en algún momento de una vida adulta económica y profesionalmente exitosa, descubra que no es feliz, pues ha descuidado la familia, la salud, el placer, el autocuidado.
Está bien esforzarse, ser buen alumno y sacarse buenas calificaciones, pero no a costa de la salud ni de la felicidad. Sacarse una mala nota no es un drama, es sólo una parte de la vida.
Ojalá logremos transmitir esta idea a los niños de nuestra era. Ojalá.. por ellos y por la humanidad entera.