Estos días, en que las vacaciones y el aire de verano se conjugan para darnos un feliz respiro en medio del ajetreo cotidiano, se convierten en el espacio propicio para desarrollar una de las virtudes más valoradas de todos los tiempos: la hospitalidad.
Recibimos en nuestra casa a amigos y familiares que hace tiempo que no vemos, y que vienen hasta nosotros desde otros lugares para compartir el tiempo, la comida, la alegría. Y aunque normalmente no le demos mayor importancia, este acto de recibir a otros conlleva un real significado psicológico y, más aún, es saludable para nuestro espíritu.
El gesto de albergar a otros en nuestra casa implica una apertura profunda de nuestros límites, pues el hogar es la proyección de nuestro yo y por lo tanto el lugar más íntimo que podemos ofrecer, pues es sólo allí donde nos mostramos tal como somos.
A menudo el trabajo y las obligaciones nos vuelven individualistas. Recibir a alguien, en cambio, significa salirse de uno mismo para prestarle atención a otra persona y valorarla en todo su ser. Tener un invitado en casa nos obliga a hacer un alto en la rutina diaria e invertir tiempo en conversar, preguntar, contar, mostrar y compartir; actos que de suyo enriquecen nuestro mundo. Conocer al otro en sus experiencias, su modo de ver, su percepción acerca de las cosas y sus proyectos, amplía nuestras perspectivas, muchas veces achatada por el peso de la propia rutina, y nos entrega nuevas visiones acerca de la vida.
Además, una conversación relajada y sin horarios nos permite vivir más intensamente el presente. Nos volvemos atentos y receptivos para captar lo más claramente posible los matices de esa realidad que el otro nos ofrece y, con ello, conseguimos despegarnos, por fin, de las eternas preocupaciones que suelen ocupar nuestra mente y desgastarla más allá de lo saludable.
Detener la marcha y abrir nuestra casa a un huésped es un baño de agua fresca que hace falta de vez en cuando. Igual que cuando somos nosotros los que viajamos. Se produce un cambio de referentes, una renovación en los parámetros, y eso siempre es positivo. De lo contrario, la falta de movilidad psíquica lleva directo a la anquilosis. Antes que eso,
bienvenidos sean.