Con frecuencia creemos que decir “sí” a todo aquello que se nos pide es sinónimo de generosidad y buen carácter. Confundimos la condescendencia con el ser buena persona, sin pensar en los riesgos que esta confusión puede acarrear.
Cuando decimos “sí” a todos los favores, relegamos nuestras propias necesidades a un segundo plano, lo que con el tiempo se va convirtiendo en una sensación de resentimiento al sentirnos abusados, con la consiguiente devaluación de nuestra autoestima.
Hay diferentes razones por las cuales una persona tiende a la complacencia, a decir “sí” cuando en realidad quisiera decir “no”. En general, se trata de personas que necesitan compulsivamente agradar a los demás. Aunque cada caso es individual y la dinámica toma diferentes formas, frecuentemente existe en ellos una historia de infancia donde resultaba difícil cumplir con las expectativas de los padres, por lo que crecieron pensando que había que agradar y ser “buenos” a cualquier precio con tal de ser queridos y aceptados.
El primer paso es, entonces, descubrir qué motivaciones particulares hay detrás de esta conducta auto-postergadora. Luego, es necesario formarse el hábito de preguntarse primero qué es lo que uno realmente quiere antes de responder a una demanda. Llevar a cabo todo un trabajo de introspección para contactar con las propias necesidades y no postergarlas en favor de otro. Desarrollar la habilidad y el coraje para poner límites y expresar adecuadamente una negativa. Decir de vez en cuando: “No quiero”, “no puedo en esta oportunidad”, o “esto no va conmigo”.
De este modo se define una identidad y, con ello, se alimenta la propia autoestima. Constituye el único camino posible para dejar de sentirse atropellado o agobiado, y dar paso a una necesidad de libertad y respeto hacia sí mismo.