¿Quién no le conoce?
Era, hasta antes de casarse, más conocido en el pueblo que en su fundo Peleco, que dista escasos kilómetros de Cañete.
Si ese camino hablara, o aquel autito (La Cucaracha), ¡qué de cosas no contaría! Dejémosle que se quede callado, “más mejor aún”, como diría un alemán.
Hijo del ex juez señor Belarmino Ormeño, quien dejó a sus hijos una suculenta fortuna, don Arturo es cañetino por su madre.
Agricultor desde joven, no descuida su fundo, aunque ande en “tomas”. Bien es cierto que se ha dado bastante gusto; harto ha satisfecho su cuerpo, como dice la gente del campo, y ya pasado el medio siglo, aún no quiere retirarse a sus cuarteles de invierno. Bastante le costará darse cuenta de que su naturaleza no es de acero. Trasnochadas, fiestas campesinas con tamboreo y huifa, con buena compañía —allá o en cualquier parte de Chile— le dieron el apodo de El loco Ormeño, o la lucas Ormeño, como le decía un turco. Es desprendido y buen amigo; fiestero número uno y gran amigo de sus amigos. Festeja a sus numerosos conocidos: unos son agradecidos, otros no.
Han sido famosas las fiestas que ha dado en su fundo, pues es de mano abierta y muy cariñoso. No escatima gastos cuando se trata de pasarlo bien.
Cupido, que no descansa con sus flechas, hizo que el corazón de nuestro amigo Arturo cayera rendido ante los encantos de la dije, inteligente, simpática y dinámica señorita Erika Wolf, con quien casó. Ese dulce hogar ya fue visitado por la cigüeña, y un ángel puro alegra esa casa. Bien se lo merecen ambos. ¡Que Dios les bendiga siempre!
Llegar a Cañete y no conocer a don Arturo Ormeño es como ir a Japón y no ver japonesitas. También ha viajado al extranjero con su amigo Talo Cáceres. Hombre popularísimo, de gran memoria, fue empleado del banco en su juventud. Le gusta que le escuchen todos cuando conversa, y no quiere interrupciones. De gran musculatura y fuerzas extraordinarias, ha mandado al suelo a más de algún “tirado a macanudo”. Valiente y decidido, no le entra el habla nadie. Bueno... ahora en casa, seguro que sí le entra el habla.
Tiene numerosas anécdotas. Alguien las contará algún día. Son sabrosas, y denotan gracia y bastante salero.