Llevó una intensa vida de trabajo; falleció a los 84 años y en Los Alamos batalló fuertemente y con valentía con la vida; la vida, en esos tiempos, sin FF.CC., sin caminos sino sendas, en medio de gente mala, era peligroso estar y había que tener el alma al brazo. Con tesón, energía y amor al trabajo supo dirigir su obra y fue paso a paso formando su gran fortuna; es un ejemplo perenne y ya van quedando pocas personas de este temple.
Son, estas personas antorchas que deben iluminar a las generaciones que vienen; son cumbres que se elevan por sobre este mundo con una dulzura en el alma que muchos desconocen; son visionarios como un Pérez Rosales que funda, sobre lo que nada hay, pueblos que fecundan con su trabajo esforzado, donde antes nadie se atrevía a plantar un árbol, ni una semilla, ni un poste para levantar un hogar. Por eso el pueblo entero de Los Alamos y la región, sin distinción de credos y naderías políticas, ni clases sociales, lloraron la pérdida irreparable que significó la muerte de este varón honorable, justo, y cuyas divisas en su vida fueron: su ejemplar hogar y su trabajo; sus características: su honorabilidad y su modestia. Unido en matrimonio a la respetable dama, señora María Larroulet, llegaron a Los Alamos a formarse un porvenir con sacrificio y sinsabores, con la sal de la incomprensión muchas veces pero con la miel de la alegría que da el deber cumplido. Así rodaron los años y vieron acrecentarse su fortuna y llegar los hijos, los que, crecidos ya, ayudaron a llevar la pesada carga, porque impulsados por las enseñanzas recibidas en ese honorable hogar, cada uno tomó la parte de responsabilidad y juntos, hermanos ejemplarizantes, siguieron la fecunda huella que ellos le trazaron en el surco del trabajo, del honor y del esfuerzo.
Bajó a la tumba don Pedro Eyheramendy, aureolado de sus virtudes, revestido con la blancura de su vida límpida y cristalina; con la conciencia del deber cumplido; con la seguridad que su sueño de la tierra había de ser el despertar en el cielo, donde su compañera de acá, seguramente, le estaría esperando para seguir gozando, juntos, de la bienaventuranza de los justos.