Dice un viejo chiste de psicólogos que la diferencia entre un psicótico y un neurótico es que el psicótico está seguro de que la suma de dos más dos es igual a cinco, en cambio el neurótico sabe que dos más dos es cuatro… pero le molesta.
Esta definición de neurosis, tan presente en nuestro “neurotizante” mundo moderno, es el claro reflejo de nuestra tendencia casi compulsiva a querer cambiar aquello que puede ser cambiado, a sentir molestia por la realidad exterior sin detenernos a pensar que, en realidad, lo que está mal no es lo que está afuera, sino lo que llevamos dentro, nuestra propia forma de mirar las cosas.
Habitualmente, tras el malestar que sentimos hacia las personas y las cosas, se esconde una profunda intolerancia, que no es sino la expresión de conflictos internos que debemos enfrentar y sanar para mejorar nuestra calidad de vida.
El lama tibetano Arya Akong Rimpoché, en su libro “El arte de domar el tigre”, expresa esta idea en estas sabias palabras:
“Si buscamos la felicidad fuera de nosotros estamos buscando en el lugar equivocado. Por mucha que sea la variedad que introduzcamos en nuestra experiencia, incluso viajando a muchos lugares distintos, seguiremos viéndolo todo con los mismos ojos.
Es nuestro modo de pensar y de sentir lo que colorea nuestra percepción de las cosas. Si intentamos cambiar el mundo para adaptarlo a nuestras expectativas y preferencias, estamos destinados a fracasar. Cuando llueve no podemos hacer que brille el sol sólo con desearlo, pero podemos trabajar aquella parte de nosotros que se siente molesta por la lluvia.
Esto no quiere decir que necesitemos una nueva personalidad; ya tenemos una. Lo que necesitamos es un espejo que nos muestre con precisión quiénes somos y qué partes de nosotros mejorarían si las trabajásemos.
Quizá hemos reunido una colección de máscaras pero nunca hemos examinado nuestra verdadera cara porque en cierto modo estamos demasiado cerca de ella para verla claramente. Estamos tan acostumbrados a tratar de cambiar las cosas que ni siquiera podemos aceptarnos tal cual somos.
Nadie puede dominar enteramente el mundo exterior, pero sí podemos vencer la ira, el orgullo, el odio, y los celos que hay dentro de nosotros y que nos hacen estar en desavenencia con él. Al llegar a ese punto, cesará toda sensación de estar en conflicto con las situaciones externas. Todas las cosas y todas las personas nos serán útiles y nosotros a ellas”.