Dicen que el pasto siempre crece más verde en la casa del vecino. Y parece que así fuera, cuando uno escucha a tantas personas queriendo ser otras. Se quejan de su vida, de su trabajo y de su suerte, envidiando siempre a algún otro que tiene mejor sueldo, más poder, menos problemas, más belleza física o una casa más grande.
Estos eternos inconformistas padecen uno de los más tristes males a nivel psicológico: la incapacidad para valorar aquello que tienen y agradecer a la vida por ello. No han comprendido que nuestras circunstancias no son ni mejores ni peores que aquellas del vecino, sino simplemente distintas. Todo es cuestión de óptica, todo depende del punto de vista que se adopte.
Hay una vieja historia que habla acerca de un picapedrero que no estaba satisfecho consigo mismo ni con su posición en la vida. Un día pasó frente a la casa de un rico mercader. “Qué poderoso debe ser ese mercader”, pensó. La envidia le hizo desear con tanta fuerza ser como él que, de forma sorprendente, se vio convertido de súbito en un hombre rico. Así pudo disfrutar de tanto poder y dinero como había soñado. Pero un día pasó por su calle un alto oficial subido en un palanquín a hombros de lacayos y custodiado por soldados.
“¡Qué poderoso oficial!”, pensó, “¡ojalá fuera como él!”. Dicho esto, se transformó en un alto oficial temido y odiado en la región. Era un caluroso día de verano y se sentía muy incómodo. Miró al sol en lo alto, que brillaba orgulloso en el cielo, inmutable ante su presencia.
“Qué poderoso es el sol”, pensó. “Desearía ser el sol”. Entonces se transformó en el sol y brilló con rigor sobre todo el mundo, hasta que de repente, una enorme nube negra se interpuso entre él y la tierra, oscureciendo su luz.
“¡Qué nube tan poderosa!”, pensó. “Desearía ser esa nube de tormenta”. Entonces se convirtó en nube anegando campos y aldeas, hasta que de pronto, una fuerza poderosa la alejó y observó que era el viento.
“¡Qué poderoso es el viento!”, pensó. “Desearía ser él”. Y se convirtió en el viento, levantando los tejados y arrancando los árboles de raíz. Pero al cabo de un rato, chocó contra algo que no se movía, sin importar la fuerza con que soplara. Era una enorme roca.
“¡Qué poderosa roca!”, pensó. “Desearía ser ella”. Y se convirtió en una roca, más poderosa que cualquier otra cosa en el mundo. Pero petrificado como estaba, escuchó el sonido de un martillo y un cincel que fragmentaban su dura superficie a golpes. “Qué puede ser más poderoso que la roca?” Entonces miró, y vio ante él la figura del picapedrero.
Más claro, echarle agua...