Probablemente nuestra búsqueda de respuestas acerca de nuestro origen, del sentido de la vida y del misterio de la muerte, sea tan antigua como la vida misma.'
Y quizás sea esa la razón principal que nos haya llevado, como especie, a buscar conexión con esa realidad tan mágica como inmaterial a la que llamamos espíritu y que suponemos creadora de nuestra existencia. A través de cantos, oraciones, ritos y danzas, utilizando meditación, ayunos y prácticas espirituales, nos hemos comunicado con ese ser supremo durante siglos, independientemente de la forma que haya tomado en las diferentes culturas y a lo largo de la historia.
Sin embargo, nuestra era no ha sido fácil en lo que a desarrollo espiritual se refiere. La rapidez de la vida y la superficialidad de las metas, sumado a una suerte de desencanto de las instituciones religiosas, ha barrido o por lo menos postergado al último rincón entre las prioridades, la sana costumbre de conectar con la divinidad.
nMuchos han olvidado que es una necesidad y que, lejos de ser una mera formalidad, es una forma de aquietarnos, de volver a nuestro centro y encontrarnos con los valores humanos fundamentales que tapizan el camino que nos hemos trazado.
La espiritualidad se relaciona con la experiencia de conectarnos con una parte íntima de nosotros mismos, a la vez que tomamos nuestro sitio en el universo.
No se trata necesariamente de frecuentar una iglesia o adscribir a una creencia religiosa. Eso es una opción de cada uno. Tampoco es necesario vivir en un absoluto ascetismo, sobrevalorando el espíritu y descuidando lo cotidiano. Por algo fuimos dotados de un cuerpo, para vivir el mundo físico a través de los sentidos.
En el fondo, si acercamos la espiritualidad a las experiencias del día a día, podemos alcanzar una vida más plena. Cuando vivimos conscientemente, maravillándonos con un atardecer, disfrutando el aire de la mañana, alegrándonos por el espectáculo de una nevazón inesperada o simplemente agradeciendo por la vida, estamos dando paso a esa conexión.
No necesitamos nada más. Sólo guardar silencio y sentir...
Osho, en su Libro de la Vida y la Muerte, escribió lo siguiente:
“La vida desearía que tú disfrutases, que celebrases tu existencia, que celebrases tan profundamente que no hubieses arrepentimiento por el pasado; que no recordases el pasado porque cada momento es vivido intensamente. Esto hace que el tiempo desaparezca y cuando eso sucede dejas de temer a la muerte. La enfrentas, viéndola como una puerta que se abre tras la vida”.