La hiperexigencia es un fenómeno global. Metas cada vez más altas en los trabajos y una cultura de la competencia que emerge de una sociedad cada vez más especializada, crean una necesidad casi obsesiva por criar niños perfectos y ser padres perfectos por añadidura.
El problema es que en este afán de, como producto, niños inteligentes, creativos, autosuficientes y capaces de resolver problemas (“niños alfa”, diría Huxley en su “Mundo Feliz”), se ha conseguido un resultado completamente opuesto. Estos niños, ahora jóvenes, son extremadamente inseguros y les cuesta mucho superar el miedo. Sienten un espantoso miedo a equivocarse, a no cumplir las expectativas que de ellos se tiene, a no encontrar su lugar en la vida.
Estos resultados hablan por sí solos y dicen a gritos que algo debe cambiar. La búsqueda de la perfección en la crianza lleva a los padres a intervenir “en exceso” en el desarrollo normal de la vida de un niño. Tanto así, que ya no atienden a las necesidades del hijo sino que operan a partir de un plan preconcebido acerca de cómo debe ser un niño que triunfa.
Los niños de hoy ya no tienen tiempo libre. La relación enfermiza de nosotros los adultos con el tiempo, nos lleva a creer que cuando no hacemos algo “útil” estamos perdiendo el tiempo. Por eso nos encontramos con padres que se esfuerzan en organizar hasta el último minuto del tiempo de sus hijos para que cada actividad tenga un sentido educativo, una finalidad de estimulación, porque eso es lo que dicen los libros acerca de cómo hacer de su hijo un niño prodigio. El problema es que eso no es precisamente “tiempo libre”.
Los niños necesitan tiempo para acostarse en el pasto y divagar mirando el cielo sin hacer nada “útil”, o para detenerse mientras caminan por la calle con sus padres, a mirar una hormiga o recoger una hoja de árbol. Esas pequeñas cosas constituyen verdaderos ejercicios creativos, y son parte de las necesidades esenciales del ser humano.
Nos encontramos en un momento de la historia de la infancia en que existe una verdadera profesionalización familiar. Y, sin duda, debemos evolucionar hacia una sociedad donde los padres vuelvan a ser padres y no educadores. Donde a ratos se disfruten momentos felices y afectivos, sin esperar compulsivamente un resultado “educativo”.