Se meten sistemáticamente en todas las conversaciones. Monopolizan la discusión, no escuchan a nadie y siempre quieren tener la última palabra. Están prestos a dar su opinión acerca de cualquier tema y afirman tener la razón inequívocamente.'
Sin embargo, sus intervenciones suelen ser muy poco documentadas y difícilmente convincentes, por lo que terminan traicionando su absoluta necesidad de ser admirados por la concurrencia.
Esta actitud frecuentemente habla de una falta de autoconfianza, de una inseguridad social que se manifiesta de manera defensiva. Hacerse notar y acaparar la atención a través de su verborrea incesante es una forma de enmascarar sus propias debilidades. Normalmente tras un “sabelotodo” se esconde una persona profundamente acomplejada, que suele sentirse inferior al grupo, ya sea por su nivel de estudios, por su origen social, o por su capacidad intelectual. Quien tiene siempre una respuesta para todo esconde una necesidad compulsiva de auto-demostrarse su valía personal.
Los sabelotodo asignan una importancia central al efecto que sus dichos provocan en los demás, pues están convencidos de que cualquier error podría desacreditarlos definitivamente.
En su historia de vida, frecuentemente hay una infancia donde no se sintieron tomados en cuenta. Poco escuchados e incomprendidos por sus padres, se vieron obligados a alzar la voz y llamar la atención para hacerse escuchar. Una vez adultos, siguen creyendo que situarse en el centro es el único medio para imponerse y luchar contra el horrible sentimiento de inferioridad que los asalta.
La única posibilidad para que el sabelotodo abandone ese patrón de conducta es que tome conciencia de su propia debilidad y comprenda que debe aprender una forma más sana de comunicarse puede abrirle grandes perspectivas.
Luego, debe aprender a guardar silencio, evitando tomar la palabra todo el tiempo, y respetando el turno de los demás. Junto con ello, aprender también a escuchar y a dejar de focalizarse en su propio discurso, aprovechando la oportunidad de aprender de los otros.
Esto supone aprender a hacer preguntas en vez de emitir opiniones, mejor aún si son abiertas (¿Cómo? ¿Por qué?) para dar a los demás la oportunidad de expresarse. Y por último, lo más importante: aprender que se puede equivocar, que no tiene porqué saber de todo y que va a ser igualmente importante si comparte un poco más.