FUMO... LUEGO EXISTO

Más que se aprueben duras leyes anti-tabaco, por más crudas que sean las imágenes de enfermedades en los paquetes de cigarro, y por más reiterativo que sea el discurso acerca de la relación entre el tabaco y el cáncer... los fumadores siguen existiendo.

  Y es que para quien fuma, dejar el cigarro no es nada fácil, y poco tiene que ver con la obediencia a una imposición.
El hábito de fumar responde, ante todo, a un complejo mecanismo psicológico.
El fumador se debate en la paradoja de dos miedos tan opuestos como paralizantes: el miedo al cáncer y el miedo a dejar de fumar.
El acto de fumar es una conducta oral que se relaciona directamente con construcción de una identidad. Mientras más joven empieza una persona a fumar, más difícil le es imaginar la vida sin un cigarro en la mano, pues su identidad se construye, en gran medida, con su ayuda.
Para el fumador, el cigarro entre los dedos constituye todo un lenguaje a través del cual puede expresar elegancia, seducción, aire intelectual, seguridad y hasta molestia, dependiendo de cómo lo use y qué haga con él. Así las cosas, llega a ser parte integrante de una autoimagen. “Sin el cigarro no soy, sin el cigarro me siento inseguro, siento que me falta algo”.
Y como si esto no bastara, el tabaco es también una compañía, siempre dispuesto a compartir los buenos y los malos momentos.
Cuando el momento es triste, el fumador aspira y traga, junto con el humo, todas aquellas emociones que no es capaz de tolerar. Poco a poco, el cigarro se va convirtiendo, para él, en un ser casi mágico, poseedor un terapéutico poder de hacer sentir bien en poco tiempo. Y mientras más lo reviste de poder, más débil se siente sin él.
Por el contrario, cuando se trata de emociones positivas, el efecto no es menos dañino. Quien fuma sistemáticamente en los momentos placenteros, suele llegar a creer que la felicidad no es completa sin un cigarro, lo que hace aún más difícil desprenderse de su compañía.
Dejar de fumar significa necesariamente tomar conciencia de los constructos psicológicos que están a la base del hábito y modificarlos en el sentido de la recuperación de una identidad que no requiera de ese tóxico apoyo para afirmarse.
El objetivo es llegar a relacionarse en forma sana con las emociones, sean éstas positivas o negativas, e ir dejando más espacio para aquellas partes del sí mismo que se esconden tímidamente tras la cortina de humo.
Una vez logrado esto, el ex-fumador puede re-encontrarse consigo mismo y contar con la energía suficiente para disfrutar muchas cosas simples que antes le estaban vedadas.