LA MEMORIA DEL CUERPO

Es difícil ser sensible en un mundo como el nuestro... o al menos parecerlo. Pero la verdad es que, lejos de ser una debilidad, como muchas veces se cree, la sensibilidad es ante todo una fortaleza.

Las personas sensibles son empáticas y logran situarse fácilmente en el lugar del otro, pudiendo llegar a “sentir” el dolor ajeno. Guardan en la memoria cada palabra pronunciada en una conversación importante. Por eso actúan siempre con precisión y delicadeza; saben hacer el regalo perfecto, decir exactamente lo que el otro necesita, transmitir la complicidad en un gesto. Y todo eso las hace mejores personas.
Lamentablemente, en nuestra sociedad se tiende a interpretar la sensibilidad como una molestia y no como un don. Interpretación particularmente perjudicial en el caso de los hombres, pues desde la más temprana infancia, se espera que las niñas sean sensibles y los niños no. El conocido estereotipo de “los hombres no lloran” provoca profundas heridas en la autoestima del niño sensible y lo convierten en un adulto con tendencia a la represión emocional.
De hecho, pertenecemos a una cultura donde el ser humano, ya sea hombre o mujer, es comprimido física, mental y emocionalmente. Basta con ver lo libre que es, en sus movimientos, una guagua al nacer. A poco andar, ya la vemos abrigada en exceso, envuelta en chales y mantas que escasamente permiten moverse y expresarse.
Desde muy niños se nos enseña a reprimir la expresión de emociones y sensaciones para convertirnos en personas civilizadas, socialmente correctas y bien portadas. Se nos insta a ahogar el llanto, a modular los movimientos y a bajar la voz, porque no es adecuado llorar o gritar en algunas circunstancias, y así, vamos aprendiendo a repetir ciertos patrones corporales para lograr tal efecto.
Poco a poco, estos llantos ahogados y emociones reprimidas se van agregando como capas que se instalan unas sobre otras para construir “la memoria del cuerpo”. Allí se registran sensaciones, contracturas musculares, posturas corporales, que reaparecerán inconscientemente, una y otra vez, a modo de coraza, para protegernos de la “amenaza” de las emociones, dando origen a múltiples dolencias físicas y psíquicas.
Frente a ello, se hace necesario trabajar con el cuerpo, la expresión, la aceptación de las emociones y la recuperación de las sensaciones. Aunque muchos no lo crean, la sensibilidad, no sólo es una fortaleza que hace que seamos mejores y disfrutemos más la vida, sino que además, es una fuente de salud.