Uno de los descubrimientos más importantes de las neurociencias es que nuestro cerebro está específicamente programado para relacionarse con los demás. Cada vez que interactuamos con alguien, incluso cuando nos cruzamos con una persona en la calle y la saludamos someramente con un gesto, se estimula una especie de puente neuronal que nos conecta con ella.
El cerebro contiene un tipo de células llamadas “neuronas espejo” que se activan o desactivan en sincronía con los que nos rodean.
Muchas veces nos hemos sorprendido imitando sin querer la expresión facial, la postura, el lenguaje corporal o el ritmo del discurso de alguien con quien estamos hablando. O bostezando al ver a otra persona bostezar, incluso cuando ni siquiera estábamos cansados. Es que al observar a otro llevando a cabo una acción, estas neuronas reflejan esa acción dentro de nuestro cerebro, tal como si estuviéramos ejecutándola nosotros mismos.
Las neuronas espejo también se han vinculado a la capacidad de identificarse con las emociones de los demás, lo cual explicaría, por ejemplo, por qué notamos inmediatamente el ambiente hostil (“o mala vibra”) cuando en un lugar hay personas molestas o enojadas. O por qué basta con ver a alguien llorando muy triste para que se nos llenen los ojos de lágrimas. Y, más aún, por qué nos da tanta risa cuando alguien se ríe con ganas.
Las emociones son contagiosas y se propagan igual que un resfrío. En una situación de emergencia basta con que una persona se ponga nerviosa, para desencadenar el pánico colectivo.
Y aunque esta suerte de contagio puede ser muy bueno cuando lo que encontramos son emociones positivas, de las que levantan el ánimo, puede resultar dañino adoptar los sentimientos de enojo, angustia u odio de los demás.
Así las cosas, el tipo de personas con que nos relacionamos a diario es de vital importancia en nuestra salud mental y física. Hay quienes proyectan sentimientos y emociones gratas, y son aquellas que nutren nuestro espíritu, pues nos hacen reflejar paz y alegría. Otros, proyectan odio, celos, angustia e inconformismo, y son ellos quienes nos quitan energía.
Como si de un jardín se tratara, conviene preguntarse: ¿Tengo a mi alrededor flores bonitas, agradables de ver y oler? ¿O en vez de ellos tengo un sitio descuidado llena de malas hierbas?
Para ser felices es necesario cultivar en nuestra vida relaciones nutritivas que nos aporten paz interior y contribuyan a nuestro bienestar invitándonos a reflejar emociones gratas y alegres.