Todos tenemos una historia. Una historia de familia donde padre, madre, abuelos, bisabuelos, hermanos y tíos son importantes personajes que comparten escenario con otros más desconocidos, de los cuales poco sabemos, pero cuya existencia se ha hecho presente en nosotros a través de alusiones y secretos transmitidos por nuestros padres.
Nos guste o no, este mosaico familiar ha ejercido una significativa influencia sobre lo que hoy día somos, marcando nuestro carácter, nuestras ideas y prejuicios, nuestros temores y comportamientos. Todos nacimos en el seno de una determinada sociedad, en una determinada época y en una familia en particular. Si hubiéramos nacido en la Edad Media o bien, en un país lejano, no seríamos los mismos. Tendríamos otras costumbres, otras conductas, y otra visión de la vida. Del mismo modo, si hubiéramos sido criados por nuestros vecinos, seríamos completamente distintos. Esto, porque las personas que nos crían y educan, nos entregan en este proceso, un patrimonio psicogenealógico.
Desde el momento mismo de la concepción, somos objeto de una serie de proyecciones por parte de nuestra familia: se espera que tengamos ciertas características físicas, intelectuales y emocionales en función de otros miembros de la familia. Que tengamos los ojos del padre, la sonrisa de la madre, que seamos inteligentes como el abuelo, o cariñosos como la abuela. Luego, al nacer, recibimos un nombre, que es elegido, sin duda, de acuerdo a lo que nuestros padres desean para nosotros.
A lo largo de nuestra vida, nos identificamos con nuestros padres, pues ellos representan el mundo, la realidad, la verdad. Tempranamente comenzamos a imitarlos y a aprender a través de ellos, lo que significa ser humano, ser hombre, ser mujer, vivir en familia. Repetimos sus puntos de vista, sus comportamientos, y sus actuaciones.
Es así como revisar nuestra historia nos ayuda a comprender nuestras actuaciones inconscientes y a responder muchas preguntas que permanecen abiertas con respecto a vida actual. Por qué, por ejemplo, elegimos un marido con características similiares a las de nuestro padre, o abuelo. Por qué enfermamos del mismo mal que nuestra madre, más o menos a la misma edad. Por qué aceptamos la violencia y callamos, en lugar de reaccionar. Por qué nos sentimos siempre culpables. Por qué vivimos de una forma y no de otra. Muchas de estas respuestas están en la psicogenealogía. Echar un vistazo al álbum familiar, detenerse en los retratos en cepia e indagar sobre la historia familiar, suele ser una experiencia verdaderamente liberadora.